¿Cristina ya fue?

Por: Mariano Fraschini

Un post hecho pregunta realizado el año pasado por el politólogo Sergio De Piero ¿A dónde van los expresidentes cuando llueve? tiene una notable actualidad en esta coyuntura política. Cuando estamos a menos de 40 días de la elección nacional legislativa que modificará la composición parlamentaria para el bienio 2017-2019, todos los focos de atención se dirigen a la estratégica provincia de Buenos Aires. Nada más y nada menos, allí el Gobierno nacional disputa frente a la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner. A pesar de que las PASO determinaron el triunfo por más de 20.000 votos de la candidata de Unidad Ciudadana, esta de octubre, que como dirían los futboleros “es por los porotos”, promete ser tan apasionante y disputada como la de agosto.

Aquí, sin embargo, no especularemos con el resultado final, ni con las posibilidades de victoria de las diferentes listas, sino que analizaremos desde una perspectiva comparada cuáles son las estrategias políticas que los expresidentes en Argentina llevan adelante una vez que abandonan el gobierno. Teniendo en cuenta que en el principal distrito del país compite la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner (de aquí en más CFK) analizaremos las características distintivas que parece poseer el liderazgo presidencial de la dirigente peronista, y las diferencias (y/o similitudes) que tiene con los otros expresidentes argentinos desde el retorno de la democracia. Y lo haremos a partir de dos estrategias que parecen ser las más recurrentes para los expresidentes en nuestro país: a) el retorno inmediato a la arena electoral, sea esta a nivel nacional o provincial y b) la capacidad de incidir en las estrategias de su Partido en las siguientes sucesiones presidenciales. Asimismo, los recursos de poder que un líder político detenta como expresidente pueden sintetizarse en la capacidad política de movilizar voluntades, su popularidad y el legado gubernamental.

Comencemos con el primer presidente de la democracia, Raúl Alfonsín. El modo de salida de la presidencia le indicó al líder radical que el camino electoral no resultaría un espacio muy transitable en el corto plazo. De hecho, la hegemonía electoral que iba adquiriendo el menemismo lo obligó a modificar su estrategia confrontativa, y pasar a un modo más conciliador con la concreción del Pacto de Olivos. Realizado en octubre de 1993, el acuerdo entre los principales líderes dio lugar a las elecciones de convencionales que debieron sesionar en Paraná y en Santa Fe, y con ello, a la primera elección nacional del líder radical luego de haber abandonado la presidencia. Es decir, cinco años más tarde, Alfonsín volvió al ruedo electoral como candidato a convencional constituyente con un flojo 15,5% de los votos, lo que a la postre se convirtió en una de las peores elecciones del radicalismo luego de la vuelta de la democracia. La reelección de Carlos Menem un año después obligó al líder radical a bucear en nuevas estrategias políticas. Dos años más tarde, Alfonsín fue protagonista estelar en el armado de la Alianza, y fue quien apoyó, a pesar de las notorias diferencias ideológicas, a Fernando De la Rúa como candidato presidencial de la UCR. El triunfo de la Alianza en 1999 lo devolvió a la titularidad del Partido y en el recambio legislativo de 2001 encabezó la lista de senadores nacionales en Buenos Aires, logrando un discreto segundo lugar con el 15%, siendo esta su última participación electoral. Como se observa, la capacidad de Alfonsín estuvo más en la estrategia b) que en la a). Su incidencia se mostró más apta en la estrategia política y la posibilidad de condicionar las acciones en el interior del partido, que en el retorno exitoso en lo electoral. De hecho, sus dos participaciones no alcanzaron a superar el 20% de los votos. A su vez, como dijimos arriba, los recursos de poder que un líder político detenta como expresidente, como son la capacidad de movilizar voluntades, su popularidad y el legado gubernamental no fueron para Alfonsín capitales políticos para volver a reinstalarse como alternativa electoral. Décadas más tarde su legado durante el ejercicio de su poder fue reivindicado y su figura se agigantó luego de su muerte.

El segundo presidente de la democracia, Carlos Menem, resulta un caso peculiar en tanto que luego de casi veinte años de haber abandonado el gobierno puede volver a resultar victorioso en la elección senatorial si los resultados de las PASO se repiten. Pero volvamos a 1999 para observar qué estrategias prefirió el líder peronista para reinstalarse en la política local. Luego de su salida del gobierno, Menem fue detenido un año y medio después acusado del tráfico de armas a Ecuador y Croacia. A fines de 2001 sin embargo recuperó la libertad y se preparó para las elecciones presidenciales de 2003. Esto implicó su vuelta al ruedo electoral conquistando el primer lugar en las elecciones del 27 de abril de ese año, pero no pudiendo obtener los votos necesarios para ganar en primera vuelta. Solo (y no tanto) el 25% de los electores lo acompañaron, constituyendo ese guarismo su techo electoral, y ante la evidencia de su segura derrota en la segunda vuelta contra Néstor Kirchner decidió no presentarse a disputarla. Dos años más tarde se refugió en su segura provincia natal, con el fin de competir en las elecciones de senadores que se realizaron el 23 de octubre de 2005. A pesar de obtener el 40,4% de los sufragios cayó derrotado por la lista encabezada por el gobernador Ángel Maza (de las primeras candidaturas testimoniales) que lo superó por más del 10% de los votos. En 2007, dos años después de la derrota, pero ya como senador nacional por la minoría, Menem disputó la gobernación riojana con nulo éxito. Con el 22% de los votos obtuvo el tercer lugar, lo que implicó su retirada de la prometida candidatura presidencial de ese mismo año. Luego de cuatro años, y cumplido su mandato de senador, el líder peronista buscó su reelección en las elecciones de octubre de 2011. Con la bandera del Frente Popular Riojano, Menem logró alcanzar el objetivo tras vencer al Frente para la Victoria, en un duelo amigable entre los lemas del Justicialismo. El resto es conocido, su triunfo en la PASO de agosto en un contexto de un importante cuestionamiento judicial a su candidatura (que lo tuvo en vilo hasta el filo de la elección) lo catapulta como virtual senador. Como se observa, a diferencia de Alfonsín que concentró sus esfuerzos en la estrategia b), el líder riojano lo hizo con suerte muy dispar en la a). Es decir, Menem no jugó a condicionar las estrategias políticas en el interior de su Partido, sino a disputar él en soledad su suerte electoral. En pleno apogeo del kirchnerismo cayó derrotado de forma sucesiva en las elecciones de 2005 y 2007, para luego remontar la cuesta en las de 2011 y 2017. Eso sí, el expresidente peronista, luego de su retirada del orden nacional en 2003, se refugió en La Rioja, no tentando su suerte fuera de su distrito. Para ello, no necesitó de motorizar sus recursos de poder de movilización popular, como tampoco le alcanzó su popularidad para reeditar los guarismos electorales de antaño. Tal vez, su legado político permitió (y aún parece que permite) que un franja importante de riojanos se incline por su candidatura.

El expresidente Eduardo Duhalde también representa un caso particular. Se trata de un “ex” que no fue elegido popularmente. Luego de la retirada anticipada del gobierno en mayo de 2003, el líder justicialista volvió en forma indirecta a la estrategia electoral en octubre de 2005 cuando apoyó la candidatura de su esposa Chiche a senadora. A pesar de ser el artífice principal de la candidatura presidencial de Néstor Kirchner, las primeras medidas adoptadas por el exgobernador de Santa Cruz lo fueron alejando de la órbita oficialista. A pesar de las idas y vueltas en el armado electoral de 2005, kirchneristas y duhaldistas decidieron ir separados a la elección legislativa lo que implicaba un test fundamental para las aspiraciones de autonomía de Néstor Kirchner. La dura derrota de Chiche a manos de CFK le marcó que el camino electoral no estaría exento de ripios. Luego de esa derrota, el expresidente se refugió en el Movimiento Productivo Argentino y en las memorias de su gestión. Sin embargo, como les suele suceder a la mayoría de los expresidentes, el bichito electoral volvió a picarle y retornó sin éxito en las elecciones presidenciales de 2011. A pesar de obtener en la PASO el 12,1 de los votos, cayó bajo la estrategia del “voto útil” al 5,8%. El caso de Duhalde resulta el único de los analizados que no logró llevar delante de forma exitosa las estrategias a) y b), ya que el exintendente de Lomas de Zamora se mostró incapaz de incidir en la dinámica interna partidaria desde su salida de la Rosada, como tampoco logró obtener réditos electorales salientes que le permitieran convertirse en una alternativa electoral convincente. Asimismo, sus capitales políticos de movilización, popularidad y legado no fueron activos que Duhalde haya podido impulsar desde su retiro de la presidencia.

El caso Néstor Kirchner, a diferencia de sus antecesores, se muestra como único. La salida del gobierno no implicó el llano, ya que en su lugar fue ocupado por su esposa. Es decir, de manera indirecta (y directa) cumplió un rol vital hasta su muerte en octubre de 2010. En términos partidarios ocupó la jefatura del Partido Justicialista, estructura que no había formado parte de los recursos de poder durante su mandato, pero que se convertía en vital para los difíciles años 2008- 2009. Desde allí intentó aglutinar al peronismo bajo su conducción y evitar la diáspora que a partir del 2013 se hizo patente. En términos electorales, al año y medio de su salida del gobierno compitió sin éxito en la Provincia de Buenos Aires cayendo por escasos 2 puntos frente al empresario Francisco De Narváez. Su repentina desaparición física impide que podamos ir más allá de estos hechos y poder caracterizarlo en forma correcta. De todas maneras, a pesar del escaso tiempo, observamos que el exgobernador de Santa Cruz intentó jugar a las dos estrategias a) y b) con suerte dispar. Es cierto que el contexto político lo obligaba a no quedarse quieto y resultaba imposible no jugar a ambas estrategias. De hecho, el propio Kirchner había anunciado a sus allegados que en la siguiente sucesión presidencial sería “su turno”.

Por último, Cristina Fernández de Kirchner resulta también un caso singular. A diferencia de Alfonsín, quien priorizó la estrategia b) y tuvo escaso éxito en la a), y de Menem que jugó sus fichas políticas a la estrategia a) en detrimento de la b), CFK está en condiciones de jugar con ambas. La declaración de ayer en el sentido de que "si en el 2019 soy un obstáculo para lograr la unidad del peronismo y ganar las elecciones, me excluyo”, es demostrativa de los recursos de poder que aún mantiene la expresidenta. Es decir, su reciente victoria en las PASO enfatiza la existencia de un capital político para nada despreciable, y su vocación por la unidad para vencer al gobierno en 2019 la habilita a condicionar el armado interno en el peronismo. A diferencia de Menem, Alfonsín y Duhalde, la candidata a senadora por la provincia ostenta recursos de poder valiosos como su capacidad de movilizar voluntades, su popularidad (alta a pesar del desgaste y la guerra mediática-judicial) y su legado de gobierno. Es cierto también que su potencial electoral aparece cerca de su techo y que su popularidad no es homogénea en los distritos del país (las grandes ciudades en general son refractarias a su vuelta), su capacidad de incidencia continúa siendo importante. A diferencia de los otros expresidentes, CFK abandonó el gobierno con un acto popular sin precedentes, y como dijimos, su capacidad de movilizar aparece como intacta hasta hoy. Estos recursos de poder de la expresidenta emergen como una experiencia única si se lo observa en perspectiva comparada con los otros exprimeros mandatarios. ¿Significa esto que CFK tiene chances concretas de volver en 2019 o en 2023? No necesariamente, el hecho viene a denotar que las posibilidades de la expresidenta no se reducen, a diferencia de sus antecesores, a una de las dos estrategias. Esto demuestra que a pesar de las críticas que se realizan en el interior del peronismo, su figura aún tiene capacidad de incidir en el devenir futuro partidario. La presencia de CFK le advierte al peronismo sobre sus dificultades para salir airoso de las próximas contiendas electorales gambeteando su figura política. Como dijimos, sus posibilidades electorales a dos años emergen como difíciles (por su techo), pero obviar su liderazgo (por su piso) parece un suicidio político para el peronismo.

A diferencia de Uruguay, Chile y Perú, en donde no existe cláusula de reelección y los presidentes tienen altas posibilidades de volver a la primera magistratura, en Argentina no existen experiencias desde el retorno de la democracia de expresidentes que hayan podido volver al gobierno. Las declaraciones de CFK de ayer van en esta dirección y evidencian las dificultades que tienen los “ex” de volver a convertirse en mayoría electoral. El denominador común de las experiencias de los expresidentes, que aquí recorrimos en forma veloz por una cuestión de espacio, no solo muestra lo difícil del retorno, sino también que ninguno de ellos abandonó la carrera política por un resultado electoral, por alejamiento del calorcito popular o porque hayan seleccionado un sucesor. Hasta hoy fue (y será) la propia biología la que conduzca el devenir futuro de estos primeros mandatarios. Si no, recordemos el tremendo accidente de Alfonsín recorriendo los pueblitos del país en plena campaña electoral de 1999, que no le impidió ni por un instante continuar con su pasión por la política; o la insistencia de Menem por la competencia electoral que lo llevó a perder dos elecciones en dos años (2005 y 2007) en su Rioja para recuperarse en los sucesivos 2011 y 2017; o la figura demacrada de Néstor Kirchner cuando asistió al acto que organizó la juventud del peronismo en Luna Park, a escasas horas de haber sido sometido a una intervención quirúrgica en el corazón para “no fallarles a los pibes”. Estas instantáneas son la evidencia más fuerte de que la vocación política de los “ex” en nuestro país es inagotable.

*Mariano Fraschini es editor del sitio http://artepolitica.com/.

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