China: coronavirus y después
Por: Juliana González Jáuregui
El 7 enero de 2020, el gobierno de la República Popular China (RPC) dio a conocer públicamente la existencia de un nuevo virus que tuvo como epicentro a la ciudad de Wuhan, provincia de Hubei. Pronto se supo que se trataba de una nueva cepa de coronavirus, a la que la Organización Mundial de la Salud le dio nombre propio en febrero: Covid-19. Numerosas controversias surgieron alrededor del hecho de que las autoridades de salud, cuando confirmaron que habían identificado el virus, ya estaban al tanto de su existencia desde diciembre. Esas controversias se agudizaron ante el fallecimiento, en febrero, del médico Li Wenliang, uno de los primeros en alertar sobre la aparición de la enfermedad en diciembre, acusado, luego, por las autoridades de Wuhan, de “difundir rumores” y “perturbar el orden social”. Lo acontecido con el Dr. Li, junto con otras situaciones similares que ocurrieron en China a medida que se propagaba la enfermedad, reflejaron el descontento de la ciudadanía frente al control de la información, el manejo de la crisis y la ausencia de libertad de expresión. Luego, el gobierno se ocupó de pedir disculpas por lo acontecido con el médico, y realizó, paulatinamente, acciones en pos de sanar su imagen pública.
Conforme se comenzó a tomar conciencia de los efectos de esta nueva enfermedad, entre ellos, su capacidad y velocidad de contagio, China no se demoró en concretar acciones que, a los ojos del planeta, resultaron asombrosas. En primer lugar, se decidió el cierre total de la ciudad de Wuhan, la séptima ciudad más poblada de China, con 11 millones de habitantes y trascendental en términos de la actividad industrias y de transporte que desarrolla, ya que es sede de las principales fábricas de automóviles y acero del país (300 de las 500 principales empresas vinculadas a esos rubros en el mundo tienen presencia allí). El cierre de esta ciudad implicó, en una fase inicial, la suspensión del transporte público y de las actividades de ocio; posteriormente, la cancelación de todas las actividades para dar inicio a la cuarentena obligatoria que incluyó, entre otras cuestiones, la designación de un solo miembro por familia para buscar provisiones cada tres días.
Otras ciudades de la provincia de Hubei aplicaron pronto medidas similares, por lo que una población de 50 millones se sujetó a la cuarentena. Al cierre de fronteras locales en Wuhan y otras ciudades de Hubei se sumaron, luego, medidas similares en los límites provinciales y nacionales, acompañadas, también, de la instrumentación de cuarentenas. Las imágenes eran elocuentes: ciudades desiertas, vuelos cancelados y nula actividad que daba cuenta de la cuarentena más importante en la historia de China, y de la mayor emergencia sanitaria desde la fundación de la RPC. Conforme avanzaba el contagio, se dispuso extender el receso de la actividad en ciudades que resultan centrales para el desempeño económico chino, por ejemplo, Beijing, Shanghai, Suzhou y Guangzhou, por mencionar sólo algunas.
Paralelamente, en base a la experiencia del hospital modelo que se había construido en Beijing en tan sólo 7 días, durante el brote del SARS en 2003, esta vez, las autoridades chinas decidieron construir, primero, un hospital provisional en Wuhan, al que denominaron “Montaña del Dios de Fuego” y pusieron en funcionamiento en 10 días; a ese nosocomio pronto se adicionó un segundo, y varios más mientras el virus se propagaba. Asimismo, el gobierno nacional decidió la constitución de un equipo de expertos para localizar la fuente originaria del virus, realizar las tareas de prueba para la creación una futura vacuna y hacer lo necesario para contener la enfermedad. El equipo está liderado por el experto Zhong Nanshan, cuyo papel fue crucial durante la crisis del SARS.
La crisis permitió, además, exponer ante el mundo la implementación de nuevos usos tecnológicos. Se trata de innovaciones que China viene desarrollando ya hace tiempo, en el marco de su Plan “Made in China 2025”, que busca reestructurar su sector industrial y, consecuentemente, posicionarla como líder tecnológico en 2049, año que coincide con el centenario de la fundación de la RPC. Esta vez, ciertos usos de la tecnología se destinaron, específicamente, a dar respuesta a las necesidades que impuso el despliegue de la enfermedad.
Así, empresas como Pudu Technology, una compañía dedicada a la robótica, con sede en Shenzhen, fue asignada para instalar robots en más de 40 hospitales en el país, dedicados a la distribución de alimentos y medicamentos en esas instalaciones. Los robots, además, oficiaron de alertas para que tanto ciudadanos chinos como extranjeros recordaran el uso mascarillas; fueron ubicados en estaciones de trenes, subterráneos y aeropuertos.
El Covid-19 puso a prueba las capacidades reales de China en el sector tecnológico, pues obligó a que gran parte de ese desarrollo previo se dispusiera para crear servicios que facilitaran la vida cotidiana en el marco del brote, desde la educación en plataformas virtuales, hasta las consultas de salud vía WeChat. En efecto, Tencent lanzó una aplicación al interior de esa red social, en base a datos que obtiene de los registros de los traslados en el transporte público, que hace seguimiento mediante sus códigos QR. Asimismo, Alipay creó una aplicación –Alipay Health Code– que utiliza bid data para asignar colores y, por lo tanto, grados de permisión de entrada en espacios públicos. Estas nuevas aplicaciones fueron pensadas para controlar el movimiento de las personas y detectar posibles contagiados.
Los nuevos usos tecnológicos en tiempos de Covid-19 se extendieron, incluso, al empleo de la inteligencia artificial. De esa manera, compañías como Baidu, Megvii y SenseTime adaptaron sus algoritmos para la identificación facial en sus cámaras, con el objetivo de detectar a quienes no utilizaban mascarillas; asimismo, crearon cámaras térmicas que miden la temperatura corporal. Por su parte, Alibaba y Huawei pusieron a disposición su desarrollo de inteligencia artificial para agilizar el diagnóstico de la enfermedad y acelerar el descubrimiento de una vacuna. La utilización de la tecnología se extendió, además, al empleo de drones que alertaban el uso de mascarillas y el cumplimiento de la cuarentena, transportaban muestras médicas y tomaban la temperatura corporal desde las ventanas de las viviendas. En cuanto a los vehículos autónomos fabricados por empresas como Meituan, se los empleó para la mensajería y el reparto diario de alimentos, medicamentos y otros bienes.
Si bien los nuevos infectados crecieron de forma exponencial y, pronto, también lo hicieron los fallecidos, las medidas que aplicó China contribuyeron a que el contagio no fuera aún mayor. Este hecho es relevante si consideramos el porcentaje de población que se contagió, los que han logrado recuperarse, y las tasas de mortalidad del virus, sobre una totalidad de casi 1.400 millones de habitantes. En rigor de verdad, aún se está escribiendo la historia de la evolución del Covid-19 en China y, hoy, más que en enero, la diversidad de implicancias que posee la enfermedad, tanto allí como en el mundo, sólo podrá ser analizada de manera certera una vez que la fase de dispersión se haya detenido. Esas implicancias no sólo incluyen los aspectos sanitarios, sino también los económicos y, con ellos, los políticos, geopolíticos, culturales, sociales, científicos y tecnológicos.
En pleno auge del Covid-19, la economía del gigante empezó a desacelerarse. Pronto, se hicieron visibles las primeras consecuencias del llamado “cisne negro” del 2020: el derrumbe de las bolsas y las acciones de las principales empresas del mundo; de hecho, aquél trágico 3 de febrero en que se desplomó la Bolsa de Shanghai en un 8%, al igual que la de Shenzhen en tasas similares –la peor caída de esos índices en ocho años–, la economía mundial tembló. Inmediatamente, el Banco del Pueblo, es decir el Banco Central chino, inyectó liquidez al mercado por un equivalente a 175.000 millones de dólares, bajó la tasa de interés y ordenó a los entes públicos la adquisición de acciones de los sectores económicos más afectados. Con el paso de los días, se desató el descenso abrupto en los precios del petróleo a nivel mundial, al igual que de muchas materias primas, como consecuencia de la escasa demanda. El impacto negativo se reflejó, además, en diversos sectores industriales, a nivel nacional y global: turismo, transporte, automotriz, electrónica, textil, calzado, de fabricación de maquinarias y equipos, entre otras.
Ante la aparición del Covid-19 y sus primeros efectos en China y el mundo, en una necesidad de encontrar explicaciones ante la incertidumbre y la velocidad de los hechos, se acudió a la memoria de la que podía ser percibida como una crisis similar: la generada por el SARS en 2003. Se compararon consecuencias sanitarias, tasas de contagio y mortalidad, al igual que de impacto económico. Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que los efectos del SARS dejaran de ser objeto de paralelismo. Como se detalló, el Covid-19 irrumpió en un momento de la historia en que, como nunca antes, la economía mundial se encuentra fuertemente interconectada, con el dato adicional, y no menor, de que China es la segunda economía del mundo desde 2009 y, con ello, 9 veces más grande, por el tamaño de su PBI, que cuando tuvo lugar el brote del SARS. En 2019, China dio cuenta, aproximadamente, del 16% del PBI mundial, mientras que en 2003 sólo representaba el 4%. Un adicional elemento diferenciador es que China impulsa, desde 2013, de la mano de su presidente, Xi Jinping, el despliegue de una estrategia global que abraza el lema de una “globalización con características chinas”, donde el “desarrollo compartido” tiene implicancias económicas, pero también culturales, sociales, políticas, educativas, tecnológicas, científicas y ambientales.
En momentos en los que China comienza a reactivar su actividad industrial y comercial y que, poco a poco, los ciudadanos retoman sus hábitos cotidianos, dado que casi no se registran nuevos casos de contagio local, se enfrenta al desafío de contener los “importados”. Simultáneamente, en línea con el despliegue de una diplomacia activa que, en el contexto del Covid-19, ha adquirido nuevos rasgos, en tanto China ha extendido su compromiso global al aspecto sanitario, la RPC está exportando la experiencia adquirida en estos meses mediante el envío de un amplio abanico de suministros, equipamiento e, incluso, ha puesto a disposición sus médicos y científicos para colaborar en gran parte de los países afectados por la enfermedad, tanto en Europa como en América Latina. La ayuda no es sólo vía canales gubernamentales, sino también a través de empresarios, como Jack Ma, fundador de Alibaba, que realizó donaciones a países latinoamericanos, asiáticos y africanos.
A días de haberse celebrado la Cumbre extraordinaria del G-20, convocada para analizar y proponer respuestas coordinadas ante el avance del Covid-19, el resultado más visible fue la imposibilidad de lograr un comunicado común, más allá del acuerdo de crear un fondo que inyectará 5.000 millones de dólares a la economía mundial. La delegación estadounidense, encabezada por Mike Pompeo, aumentó las ya elevadas tensiones entre China y Estados Unidos por las mutuas acusaciones en torno a la enfermedad, refiriéndose a la misma, constantemente durante el desarrollo de la reunión, como el “virus chino”. Se trata de un nuevo capítulo en la historia de contraataques que han intercambiado ambas potencias en los últimos dos años y que ha cobrado renovado ímpetu en el marco de la crisis por el coronavirus, con las expresiones estadounidenses que alimentan la xenofobia hacia China, y con las versiones que cada parte esgrime sobre la responsabilidad en el origen del virus. Ese apartado tiene una connotación distinta al que posee la guerra comercial, donde los aranceles fueron, desde 2018, la excusa que encubrió un enfrentamiento por el liderazgo tecnológico y, al fin de cuentas, por el predominio en la Cuarta Revolución Industrial. Esta vez, lo que está en juego es el compromiso global que se asume ante una pandemia, el tipo de respuesta e, incluso, la capacidad de provisión de bienes públicos globales que contribuyan a contrarrestar los ya devastadores efectos de la enfermedad.
El mensaje de China frente a la lucha global contra el Covid-19, que resulta imposible analizar fuera del contexto de la nueva diplomacia impulsada en la era Xi, es inequívoco: la cooperación internacional, “el desarrollo compartido”, es el único camino. La estrategia global de China, además de sus ya conocidos alcances, está dando señales concretas de expansión al aspecto de la salud, en una suerte de adicionar la variable sanitaria a su Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda. Es, tal vez, aún temprano para evaluar si China saldrá más fortalecida en su batalla por la primacía mundial, aunque se puede ver que Trump no ha hecho más que fomentar el reposicionamiento del gigante asiático. Si se nos permite parafrasear a Graham Allison, la RPC ha dado varias señales de que no es un jugador más en el contexto internacional, sino el más grande que ha tenido la historia universal.
Ante el hecho irrefutable de que estamos frente a una crisis sin precedentes, que nos interpela a encontrar respuestas, resulta evidente que el nuevo rol global de China, extensivo ahora a la cooperación sanitaria, ha comenzado a generar nuevos movimientos en el ajedrez mundial. Surge como interrogante para el futuro si, una vez pasada la tempestad, China habrá sido capaz de, en el marco del “Sueño Chino”, dar continuidad a sus prioridades: sostener la estabilidad del régimen luego de las críticas internas y globales a su burocracia frente a la publicación de información relativa al Covid-19; mantener sus objetivos económicos, en el contexto de la mayor crisis económica interna en 80 años y de una desaceleración económica global; y alcanzar la integridad territorial, dado que el virus ha alimentado nuevos sentimientos de descontento social. Resta ver, a partir de esas reconfiguraciones, la imagen que China decida, finalmente, proyectar al exterior, y las respectivas implicancias para los vínculos que posee con Estados Unidos, al igual que con otras las otras potencias y países del mundo.
*Dra. en Ciencias Sociales por la FLACSO/Argentina. Becaria Postdoctoral en CONICET/FLACSO. Investigadora del Área de RRII y Directora de la Cátedra de Estudios sobre China en el Mundo Actual (FLACSO/Argentina).
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