Celebramos una buena

En momentos tan difíciles, como los que vivimos en todos los órdenes, es importante destacar una buena noticia. Tenemos una.

En momentos tan difíciles, como los que vivimos en todos los órdenes, es importante destacar una buena noticia. Tenemos una.

Cada buena noticia más que celebrar lo acontecido, sea por obra de la naturaleza o por obra de los hombres, nos debe incitar a aprovechar la “oportunidad”.

Siempre una buena noticia es una oportunidad.

Las buenas nuevas de la naturaleza, bien lo sabemos, nos abren la oportunidad de la siembra y la cosecha que, todavía en nuestro país, nos aportan la base de los saldos del balance comercial y al  balance de pagos porque “el campo” y gran parte de las industrias vinculadas son “nacionales”; y el “excedente” queda entre nosotros.

Por eso las buenas noticias de la naturaleza son una oportunidad que depende de nosotros saber aprovecharlas.

También hay buenas y malas noticias que vienen del mundo que nos rodea, del escenario donde debemos representar la obra de nuestro progreso colectivo. También desde allí se derivan oportunidades. Saber aprovecharlas es clave.

Las buenas nuevas de ambos orígenes que las hemos tenido, no hemos sabido, querido o podido aprovecharlas en las últimas décadas.

Pero es fundamental reconocer que “la política” genera, aprovecha y cancela “oportunidades”.

Las políticas que aprovechan oportunidades, naturales o del entorno, canalizan el progreso. Son políticas virtuosas. Hace largo rato que las hemos extraviado.

Pero las políticas que generan oportunidades, las que desencadenan el desarrollo, son las que construyen la Nación.

Son las que desplazan fronteras para incluir, social y culturalmente, a todos los habitantes; para ampliar el aparato productivo; para mejorar la organización nacional;  para el cuidado del ambiente y los recursos naturales; para incorporar y desarrollar tecnologías; para vincularnos plenamente al mundo cuidando de hacerlo selectivamente de modo que, esos vínculos, no produzcan “retrasos” de las demás fronteras que procuramos expandir. Por ahí pasa el diseño de la política internacional que no puede ser el fruto de la improvisación “sin plan”.

Muchos lo hemos repetido hasta el cansancio: para esa tarea magna de la política, sin la cual el progreso es inalcanzable, la clave es el Plan y este alcanza la densidad del consenso que suscita.

No es fácil destacar la cultura del Plan y del consenso, en un país que se ha acostumbrado al oportunismo del paso a paso.

La mirada del “intendente” – y esto no es una descalificación de esa tarea trascendental para la comunidad – está referida a atender lo inmediato. A resolver los problemas como se presentan. Una filosofía política a la defensiva. No es la del desarrollo que, por definición, requiere del “ataque”.

La mirada de “la política magna” es la de “evitar” las condiciones que generan los problemas. El ataque.

Por ahí se dispara el Plan y por ahí se construye el consenso. Un primer paso.

El gobierno, más allá de las tensiones internas que sufre como consecuencia de las acciones cotidianas de  quienes, en su seno, tratan de evitar las cuestiones judiciales que afectan a la Vicepresidente y a sus hijos y a varios funcionarios del anterior gobierno del Frente de Todos, está condicionado por una coyuntura, económica y social, difícil de gobernar.

Todo deriva de problemas estructurales que se arrastran hace décadas y que todas las gestiones de los últimos años han acrecentado y profundizado; particularmente por el nuevo endeudamiento externo generado por la desastrosa gestión de Mauricio Macri.

En ese contexto celebramos la decisión de poner en marcha un Consejo Económico y Social que no puede no tener como objetivo el diseño de un Plan sobre la base de un debate que procure consensos.

En perspectiva es como si estuviéramos celebrando, después de décadas, la posibilidad de “la política”. La “política como moral”. Paul Ricoeur señalaba que el “plan es ética en acción”. Necesitamos ese doble salto cualitativo: recuperar el consenso ético colectivo en torno al futuro, que es “el plan”; y reconstruir la perspectiva moral de la política y la de los políticos.

El nivel de los temas en discusión es una contribución al nivel de la política.

Nada más oportuno, en estos días, cuando personajes lamentables, que perciben sus ingresos del aporte público, han “aprovechado la oportunidad” de vacunarse escamoteando la norma escrita y la moral más elemental, a cara descubierta, haciéndose indignos para estar dónde están. A la indignación debería acompañar la sanción.

Subir el nivel de los debates políticos será una contribución enorme a desmalezar un territorio que necesita ser sembrado de especies nobles para aprovechar las oportunidades.  Especies nobles.    

En “Mirabeau o el político”, José Ortega y Gasset pone en tensión dos conceptos muy importantes para la discusión acerca de la elección y trayectoria de “los políticos”.

Al elegir ponemos nuestro destino colectivo en sus manos y en las de quienes ellos eligen. La facultad de legislar el futuro y la designación de quienes juzgan el pasado.

Hemos elegido legisladores que habilitaron a votar un “diputado trucho” y  a quienes, con todas las pruebas en el Senado, en el derrumbe de las Torres Gemelas, rescataron a Guillermo Oyharbide de la condena, o hemos elegido personas con patrimonio escaso que en el llano acumulan fortunas inexplicables.  

Los miembros del pueblo soberano, antes y después de elegir, debemos tener una idea de la “moral” para elegir y  juzgar.

Otorgamos el poder, pero no debemos eludir la responsabilidad de juzgar y volver a  elegir.

¿Cuál es la óptica “moral” con la que deberíamos juzgar la trayectoria de un político?

No hay una única óptica. Halago o maldigo un tiempo por mi suerte personal, pero – más allá de ello – hay una historia colectiva que es la que realmente importa en términos de Nación.

Ortega nos invita a transitar el camino de la moral de la que él llama “el hombre común” y – por otro lado - la senda de la “moral del grande hombre”.

Para quienes creemos que “la política es tener claras las ideas para, desde el Estado, construir la Nación” no es  la “moral del hombre común” con la que debemos juzgar la “trayectoria” del político. Sirve, pero no alcanza.

Debemos juzgar sobre la base de la “moral del grande hombre”.

Dejemos, por un instante, la tarea de aclarar la distinción entre una y otra moral. Luego volveremos.

Una apostilla al efecto. El profesor presenta a sus alumnos tres candidatos a Presidente para que elijan uno.

El primer candidato tiene limitaciones físicas, está enfermo, consultas astrólogos y ,en su vida privada, ha sido mentiroso.

El segundo perdió tres elecciones, bebe y fuma sin parar y sufre depresión.

El tercero no bebe, no fuma y ha sido condecorado por su actuación en la guerra.

Por unanimidad, en lugar de a F.D. Roosevelt o a W. Churchill, eligieron a A. Hitler que era el tercero.

Las apariencias, signos de una “moral del hombre común” más virtuosa, indujeron a elegir a quién desencadenó, produjo y condujo, la mayor catástrofe moral de la Humanidad en el SXX.

Eligieron, por las apariencias, el ejemplo más claro de cómo la perversidad de las ideas, aplicadas desde el poder del Estado, destruyeron desde los cimientos la idea de Nación, al excluir a connacionales mediante el asesinato premeditado en masa. Es la ejemplificación de la corrupción de la  política convertida en un mecanismo criminal de destrucción de la idea de Nación.

Hay una pregunta necesaria que debemos hacernos ante todas y cada una de las medidas que, desde el Estado, desde la fuerza y el poder del Estado, se adoptan en el país: ¿en qué contribuye a la construcción de la Nación? La única respuesta posible debe ser sistémica, multidimensional.

¿Puede hacerse la pregunta si no es en el marco conceptual de un Plan? No. Por eso hoy celebramos la puesta en marcha del Consejo Económico y Social. Es una oportunidad creada desde la política.

La elección de los alumnos estaba basada en la presentación de la persona del candidato y no en la oferta de sus ideas. Esto nos transporta al nuevo escenario de la política inaugurado por la comunicación de masas. Allí pesan los consultores de imagen, la “consultoría política” y su deriva, por ejemplo, en la elección de “famosos sin causa” para ganar elecciones y después vemos. Lo crítico no es la fama, sino la “fama sin causa” que implica ausencia de compromisos previos.

El uso excluyente de la “atracción personal” “sin causa” que identifique al candidato, puede convertirse probablemente en una “atracción fatal”.

Esos alumnos jamás habrían elegido a Hitler porque conocían su trayectoria; y sí a Roosevelt o a Churchill porque la historia enseñó, de cada uno de ellos, la trayectoria política más allá de sus debilidades personales.

Los vicios o virtudes personales, en términos de la “moral del hombre común”, nada nos dicen respecto de su trayectoria como gobernantes.

Lo que sí habla de esa trayectoria es la consideración del período en que las políticas o las decisiones maduran. Es que no se trata de juzgar la trayectoria en el interregno, por ejemplo, en un período de bonanza provocada. Muchas bonanzas, si seguimos el análisis, resulta que, al poco tiempo, se esfuman y revierten como un boomerang, destruyendo la bonanza de unos días y generando males mayores de largo plazo.

Un buen ejemplo es la “eficacia” para adelgazar de las anfetaminas, se pierde peso pero se arriesgan neuronas. Ciertas luchas que hemos experimentado contra el flagelo de la inflación, con éxito temporal, han tenido esas consecuencias que quedaron mientras el éxito se esfumó. Lo hemos vivido y en estos días, por razones que a nadie escapan, se han “versionado” dejando de lado las consecuencias de la “bonanza” impagable que esos “buenos días” nos legaron.

La trayectoria del político ha de ser juzgada por la contribución a la sólida “construcción de la Nación”.

Toda construcción requiere, entre otras,  de la solvencia de los cimientos, la funcionalidad y utilidad de los espacios creados y de la capacidad para sostener, en el tiempo, los beneficios que ofrece. Perdurabilidad.

Malos cimientos resquebrajan cualquier construcción. Funcionalidad, utilidad y sustentabilidad de los beneficios – al igual que los cimientos – pueden ser juzgadas sólo en el transcurso del tiempo. La trayectoria es tiempo y su juicio demanda analizar su proyección y eso requiere tiempo.

Ahí es donde aparece la “moral del grande hombre”. Comienza con en el compromiso en la construcción de la Nación. Tarea que va de la formulación, madurada y serena, de los planos, a la elección de los materiales por su “eficiencia” – que es eficacia de menor costo y mayor durabilidad – y el concurso de los mejores constructores (bien común) para la celeridad y calidad de la obra.

En eso radica “la moral del grande hombre”: en el diseño y la materialización.

Los que se llaman a sí mismos peronistas, que tanto tiempo han gobernado, deberían recordar de Perón que  “mejor que prometer es realizar”.

La promesa, sin diseño arquitectural, es vana e irrealizable. Realizar es la prueba de la promesa.

Pero la realización, sin solvencia que la haga perdurar, es despilfarro de oportunidad y de recursos.

Y en política “oportunidad” es tan imprescindible como lo son los recursos.

El acto de despilfarrar oportunidades es clave en el juicio de la “moral de grande hombre”.  La Argentina es un territorio histórico de inmensas oportunidades perdidas. Los juicios de trayectoria deben estar acompañados del inventario de oportunidades.

La trayectoria política debe ser juzgada por todos los pasos de esa obra que, para ser sólida, debe estar muy lejos de la improvisación, del dispendio y de la elección para la tarea de las personas de más confianza en lugar de los que son los más capaces. Aquí cabe el dicho mexicano “la confianza apesta” ¿Se entiende?

Como en todo sistema, el juicio, es todo a la vez y no por partes.

La muerte de Carlos Menem nos remonta a una trayectoria de enorme peso en el pasado inmediato y en nuestro presente, pone en consideración algunos de los conceptos que hemos compartido.

Menem fue acusado, condenado y alguna causa fue cerrada por el mero paso del tiempo.

La voladura de Rio IIIº implicó que el Intendente de esa localidad, con toda razón, no adhiriera al duelo nacional.

El libro “Robo para la Corona” de Horacio Verbisky fue – para muchos – la primera obra que denunció la corrupción en las más altas esferas del poder.

La historia nos coloca en una punta, elegida al azar, el escándalo de IBM Banco Nación, que terminó con una muerte de signos mafiosos; en la otra el suicidio de Yabrán o el accidente que, desde una ventana, estrelló en el piso a una joven secretaria.

Tiempos turbulentos desde la perspectiva de la “moral del hombre común” en el ejercicio del poder y afectaciones al patrimonio público seguramente irreparables.

Menen fue condenado, sus fueros no lo hicieron inocente sino que le permitieron terminar su vida como Senador y ser despedido por el Gobierno con todos los honores oficiales.

Menem, que hizo campaña – la promesa y la oferta de “construcción” – “levantando las cortinas de las fábricas” con su “Revolución Productiva”, castigado por una hiperinflación que le resultaba indoblegable, giró 180 grados: no pudo, no quiso, no supo hacer un camino propio para cumplir con sus promesas.

Optó por terminar de consolidar el modelo de política económica que había inaugurado Celestino Rodrigo – durante el mandato de Estela Martínez – y que la Dictadura había profundizado: desestatizar, desregular, desinflacionar como lo sintetizó el entonces ministro Roberto Aleman. Después, acunado por los beneficiarios que siempre los hay, dijo algo así: Si decía lo que iba a hacer no me votaban…

Privatizaciones, apertura generosa, convertibilidad, deuda externa, atraso cambiario, formaron parte del combo del elegido mejor alumno del Consenso de Washington, así nos fue, consagrado en el Parlamento de EEUU, incorporado al G20 y recibido en el FMI. El umbral del primer mundo al que llegamos en su imaginación propia del realismo mágico.

Vía imposición o algo parecido, logró que la oposición habilite la Reforma de la Constitución para su reelección. Reelección que prohibía la Constitución con la que había sido elegido.

Tal vez contribuyó como pocos a la transformación, más bien degradación, del sistema de partidos que ya había comenzado, pero que él profundizó.

En su gestión, que fue celebrada por los éxitos de bonanza de factura breve y simbólica, como el “deme dos” del monumental atraso cambiario, comenzó fuerte el desempleo, lo llevó al 17%, y, en su período, el salario real industrial cayó 11%.   

Menem que contó con la proximidad de mucha dirigencia sindical, la presencia de muchos militantes Montoneros en su gobierno – a pesar de las relaciones carnales – y la adhesión entusiasmada de todo el aparato de poder peronista, aceleró la marcha el mayor proceso de exclusión social que hoy nos agobia.

La moral del grande hombre es diseñar las ideas para la “construcción de la Nación”; por los resultados perdurables, Menem no lo hizo.

Alberto Fernández, junto a Gustavo Beliz, anunció la puesta en marcha de un consenso para pensar “ideas claras para la construcción de la Nación”.

El Plan de largo plazo para retomar la cultura de la inclusión que nació con la generación del 80 SXIX, para los inmigrantes; y que fructificó en pleno en los 30 años del Estado de Bienestar demolido, año tras años, desde hace 46.

Celebramos una buena: invitar a pensar el futuro es invitar al único lugar histórico en el que se puede desarrollar un consenso sin el cuál todos los demonios que nos atormentan, desde hace años, no dejarán de crecer y multiplicarse.

No olvidemos que tenemos en nuestro país una extraña coincidencia: el pasado fue mejor. El disenso más profundo está en cuál pasado. Por eso no hay otro lugar para el Consenso que el futuro y eso es lo que se ha abierto.   

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