"Carrera de las vacunas” o cómo Occidente culpa a Rusia

OPINIÓN. EEUU en lugar de coordinar esfuerzos con sus socios de la OTAN o del G7, el Washington oficial, al menos por la evaluación de algunos medios alemanes, intentó “estrujar” y enviar a los EE.UU. desde Alemania una promisoria compañía biotecnológica, que había hecho algunas importantes elaboraciones contra el coronavirus.


Este artículo fue escrito por Iván Danílov (RIA Nóvosti). La traducción corresponde a Hernando Kleimans.

Alrededor de un mes luego de que la pandemia del coronavirus literalmente pusiera de rodillas la economía mundial, en el mundillo político y mediático apareció un nuevo “género” de competencia internacional, que puede ser bautizado irónicamente como “carrera de las vacunas”. Si tomamos en cuenta el evidente trauma psicológico que el coronavirus dos veces asestó al Occidente colectivo, la cuestión del triunfo en esta carrera se ha tornado en algo no sólo político sino conceptual desde el punto de vista de preservación de la autoestima de la sociedad occidental. Al ser humano educado en las mejores tradiciones del humanismo europeísta (lo que en el mundo actual en lo fundamental no implica ser un europeo o un norteamericano, sino un individuo con formación soviética o rusa), le es bastante complejo comprender la actual alienación occidental con la “carrera de las vacunas”, pero es posible intentar explicarla desde el punto de vista de la principal industria de los actuales Estados Unidos o la Gran Bretaña, es decir desde el punto de vista de las RRPP políticas y comerciales.

En el espacio de las RRPP el Occidente colectivo, así como los EE.UU. y Gran Bretaña en concreto recibieron varios serios “traumas de coronavirus”. En primer lugar se aclaró que una China lejana (así como “profundamente totalitaria y en partes atrasada”, de acuerdo con los estereotipos de los políticos londinenses o washingtonianos), se arregló con el abatimiento de la epidemia mejor, reconoció el problema antes y limitó efectivamente el daño económico. En este marco incluso a los ojos de los propios patriotas, los EE.UU y Gran Bretaña así como ciertos países de la UE no son demasiado inspiradores.

El siguiente trauma a la autoestima del Occidente colectivo sin quererlo (así ocurre a veces) se lo prodigó Rusia, con su “indignante bajo nivel” de mortalidad por el coronavirus y por la instrumentación del testeo masivo, lo que en suma provocó el rechinar de dientes en los medios de difusión occidentales y acusaciones sin prueba de manipular la estadística, aunque la estadística (además de las evaluaciones de la OMS) era por demás elocuente: en Nueva York los cadáveres de las víctimas de la epidemia se acumulaban en refrigeradores en las calles y ya esto es suficiente para evaluar la diferencia en la calidad de la conducción médica y estatal. En este marco, independientemente de los gastos requeridos y cualquier posible riesgo, para el Occidente colectivo (así como para algunos concretos ambiciosos políticos occidentales) la cuestión de la primacía en la producción de la vacuna se ha convertido en vitalmente importante desde el punto de vista de la imagen, ya que es preciso demostrar que, por ejemplo, los EE.UU. “siguen siendo el número uno en el mundo”.

Con esto, en la lectura de los medios de difusión norteamericanos se genera una extraña sensación: en dependencia de la pertenencia partidaria y la existencia o carencia de simpatías hacia Donald Trump de parte de los propietarios de la publicación, las redacciones concretas “hinchan” por las compañías norteamericanas que se ocupan de la elaboración de la vacuna o por las compañías y universidades británicas, alemanas o siquiera indias apuntando que los laureles de los vencedores en la “guerra de vacunas” sean para cualquier estructura de un país “correcto con tal de que “el maldito régimen de Trump” no pueda obtener de esto un bono político. En el nivel macro también existe un conflicto análogo: en lugar de coordinar esfuerzos con sus socios de la OTAN o del G7, el Washington oficial, al menos por la evaluación de algunos medios alemanes, intentó “estrujar” y enviar a los EE.UU. desde Alemania una promisoria compañía biotecnológica, que había hecho algunas importantes elaboraciones contra el coronavirus.

En este contexto es lógico que cualquier comunicación referida a que Rusia o China están cerca de crear la vacuna anti-COVID-19 y emplearla masivamente, provoque en el campo informático occidental una reacción comparable incluso más que con una alergia banal, con un auténtico shock anafiláctico. Por supuesto, puede suponerse que los funcionarios norteamericanos de la medicina realmente se manejan sólo con conceptos profesionales pero tomando en cuenta todo lo expuesto hay serias sospechas de la existencia de determinada intencionalidad política. En calidad de ejemplo de la reacción oficial a la información sobre los planes rusos de comenzar con la vacunación masiva de médicos ya en este otoño (boreal, HK) así como a las noticias sobre las exitosas pruebas chinas de posibles vacunas puede citarse la posición del principal infeccionista norteamericano, publicada por The Wall Street Journal: “El doctor Antoni Fauci, experto principal en enfermedades infecciosas en los EE.UU., declaró el viernes en las audiencias del subcomité COVID-19 del Congreso, que los EE.UU. no van a utilizar casi con seguridad las vacunas elaboradas en China o en Rusia. ‘Confío realmente que los chinos y los rusos en realidad testearon la vacuna antes de inocularla a cualquiera –dijo-. Las afirmaciones de que la vacuna está lista para su difusión antes de haber sido testeadas, pienso, son muy problemáticas’. El doctor Fauci también declaró que confía en que los EE.UU. obtendrán su vacuna para finales de año”.

A juzgar por el análisis comparativo de las posibles vacunas de distintos países, que cita la agencia Bloomberg, Fauci, probablemente, confía en la vacuna de la compañía norteamericana “Moderna”. Es sintomático que en el tracker de Bloomberg (al menos al momento de escribir este artículo) no figuran las elaboraciones rusas, lo que puede contribuir a la generación en el lector occidental de una tergiversada impresión sobre las posibilidades rusas, ya que puede provocar la ilusión de que la vacuna rusa “surgió de la nada”.

Ya ahora es posible suponer de qué modo continuará la “carrera de las vacunas”: de inmediato la rusa o la china serán declaradas peligrosas, acompañando esto con los correspondientes rumores informativos en el género de fake-news.

En paralelo con esto para el convencimiento de la parte más escéptica del público occidental se promoverá la tesis de que en cualquier caso, incluso si las vacunas funcionan, estas vacunas se hicieron con ayuda de datos aparentemente robados por hackers chinos, iraníes y rusos y ya está en marcha la correspondiente preparación de la opinión pública. La línea final de defensa será la cínica acusación de Rusia y China de “nacionalismo vacunatorio” y la intención de transformar la lucha contra la epidemia en un análogo de una especie de competencia internacional, pero en régimen paralelo se promoverá la tesis de que Occidente debe crear su propia vacuna para no depender en una cuestión tan importante de Pekín o de Moscú.

El problema de este enfoque reside en que en cada etapa de esta “retirada controlada” –y de que esto es precisamente una retirada ante el embate de la inexorable realidad ya no hay dudas- la máquina mediática occidental habrá de perder la confianza de nuevos y nuevos segmentos de su propio público. Esto culminará con las conferencias de turno a propósito de la necesidad de luchar contra la desinformación rusa y china y con las exigencias de parte de las debidas estructuras norteamericanas y europeas de asignarles más presupuesto para restaurar la perdida grandeza de imagen. Pero la confianza del público se pierde fácilmente y se recupera con lentitud, además el coronavirus sólo aceleró los procesos de degradación de la confianza social que ya venían ocurriendo en el mundo occidental. Rusia, China y otros “culpables de turno” sobre los que aman apuntar en el espacio mediático occidental, en realidad no tienen ninguna relación con este problema. Así que nuestros socios occidentales deberán sufrir de “nacionalismo vacunatorio” por culpa propia y, posiblemente, en orgullosa soledad.

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