Alemania: desafíos y estrategias

Por: Horacio Lenz

Desde la creación de la República Federal de Alemania el 7 de octubre de 1949, la estabilidad política ha sido el signo característico de la Alemania de posguerra. Desde Konrad Adenauer hasta Ángela Merkel, en estos 68 años solo 8 cancilleres -tanto de la CDU como del SDP- gobernaron Alemania. Ese proceso de estabilidad política y con notables aciertos económicos sirvió de plataforma para reconstruir una nación desde la degradación económica y humana, a la potencia económica y democrática con valores humanitarios de hoy.

En ese transcurrir histórico la Alemania de la posguerra tuvo que superar temporales políticos, supo encarrilar en una senda adecuada, solucionando los conflictos temporales sin agigantarlos: la dolorosa y prevista sucesión de Adenauer; la crisis de la Ostopolik; la renuncia de Willy Brand por el Asunto Guillaume; la superación de la crisis de petróleo llevada adelante por Helmut Schmidt; el conflicto interno con la Fracción del Ejército Rojo (RAF); y la caída del Muro con la unificación de Alemania, administrada con suma inteligencia y equilibrio por un líder conservador como era Helmut Kohl.

Gerhard Schroeder, el último canciller socialdemócrata, llevó adelante la unificación total de Alemania, el consecuente traslado de la capital Federal de Bonn a Berlín, la reconversión tecnológica, el armado de los nuevos soportes industriales competitivos exportables y la adecuación macroeconómica con el euro.

Ángela Merkel tomó un país encaminado en lo político, económico y territorial. Sólo tuvo que conducirlo al destino de potencia mundial que le aguardaba. No sacar al país de ese sendero fue muy importante. Lo hizo con una gran capacidad política, pero diluyendo CDU de su esencia ideológica para moverlo al centro del espectro, quitándole a los socialistas banderas humanitarias y apoderándose de la agenda ambientalista de los verdes. A partir de esta alquimia política, la CDU dejó de ser el partido conservador que contenía a toda la derecha para transformarse en un partido de centro pragmático, rompiendo de ese modo el conocido apotegma de un importante líder socialcristiano bávaro, Frank Josef Strauss, que para graficar el rol de la CDU-CSU en el espectro ideológico decía: “A la derecha de nosotros, nadie”.

La falta de debate partidario tanto en la CDU como en el SPD se fue construyendo la agenda de discusión por fuera de los dos partidos mayoritarios. La posición determinista de la Canciller y su continua apelación a la idea de que “no hay alternativa” desencadenó el surgimiento de posiciones que pusieron en debate cuestiones políticas en nuevas alternativas. Un movimiento de extrema derecha occidentalita supo aprovechar el espacio dejado vacante por los conservadores de la CDU, y así en el sistema alemán apareció un nuevo partido a la derecha: el AfD.

El AfD es hoy la tercera fuerza en Alemania -con 92 parlamentarios- y la segunda en la antigua DDR, representando un electorado diverso construido sobre la base de la indignación al presente, el rechazo a los refugiados y la falta de alternativas.

Decir que AfD es hoy un partido neonazi sería apresurado. Es indiscutible que es un movimiento ultraconservador, sin liderazgo unificado, nacionalista, que propicia la economía liberal y sostiene la idea de la Unión Europea desde los Estados Nacionales sin intervención de Bruselas. Algunos sectores que lo integran plantean posiciones etnocentristas. Se podrá decir, al menos hasta hoy, que es un movimiento cristiano occidentalita extremo, de representación burguesa, de carácter sectario e islamfóbico en el grupo interno más etnocentrista. El tiempo y la acción política definirán su perfil ideológico. Por lo que se evidencia, el predominio de un sector sobre otro, rompería los lazos internos. Su perdurabilidad política depende de la horizontalidad organizativa.

En estos días, el país teutón está atravesando otra de las crisis del tipo de las que antes superó. Están en manos de la canciller Merkel los instrumentos políticos para pasar esta situación. Lo novedoso de la crisis es por su carácter electoral, ya que los dos partidos nacionales hicieron la peor elección de su historia y está la negativa de la cúpula socialdemócrata para integrar un gobierno de gran coalición.

A partir de esta situación se abre la posibilidad para los cristianos demócratas de formar gobierno con verdes y liberales, pero los aliados minoritarios tienen entre sí, diferencias políticas en materia energética, migratoria y financieras. El líder de los verdes, Cem Ozdemir, propone el cierre de las minas de carbón; mantener la política migratoria y está de acuerdo con un Ministerio de Finanzas Europeo; mientras que Cristian Lindner, líder de los liberales, propone continuar con la explotación del combustible fósil, limitar la política migratoria y mantiene reservas en la política financiera del BCE. En este contexto de dificultades construir una mayoría parlamentaria en el Bundestag, por parte de la Canciller al iniciar su cuarto mandato, se ve amenazada. En el horizonte también se vislumbra el llamado a nuevas elecciones, para que aclare el futuro político del país más importante de Europa Continental. Es evidente que la Canciller tiene una idea de Gobierno, pero lo que se ve por ahora, es la imposibilidad de Merkel para construir una agenda estratégica con desafíos nuevos para Alemania y una idea de Europa, que está alineada a la demanda de los electores de cada uno de los países que conforman la UE; que es votar a mandatarios que los representen y no delegados a Bruselas.

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