Actuar para vivir: el documental de Val Kilmer

Val Kilmer nos cuenta su vida, su arte y su cáncer de garganta, pero también nos agobia...

Val Kilmer se quedó sin voz. Val Kilmer cuenta con grabaciones caseras desde su más tierna infancia. Val Kilmer perdió un hermanito. Val Kilmer se grabó haciendo audiciones para Stanley Kubrick, Martin Scorsese y Oliver Stone. Val Kilmer escribió poemas. Val Kilmer es un actor serio que hace papeles menores. Val Kilmer pinta. Val Kilmer es Batman, Jim Morrison y Iceman. Val Kilmer dejó de hacer películas importantes. Val Kilmer es un tipo difícil. Val Kilmer es un actor. Val Kilmer es un artista. Val Kilmer es… insoportable.




Después de ver Val (2021), el documental de Ting Poo y Leo Scott sobre Val Kilmer quedé exhausto. Me agotó. A medida que transcurrían los minutos, necesitaba aire, quería decirle a Val que bajé un cambio, que cortara con tanta intensidad, con tanta actuación. Porque si algo deja en claro la película es que Val vive para la actuación, vive para el ARTE (sí, así, en mayúsculas, ¿entendés?).

Hay una caricatura establecida para les actores que los caracteriza como personas particulares, que viven todo a flor de piel, que sienten el momento y que la emoción los puede invadir sin mucho esfuerzo. Y, por supuesto, que también son vanidosos, ególatras y algo delirantes.

A lo largo de las casi dos horas que dura el documental, Kilmer concentra todos los atributos mencionados. Y algunos más, porque él se cree un artista integral. Ojo, tal vez los sea, no se trata de cuestionar sus dotes artísticos ni actorales, sino de señalar lo insoportable que se hace ver a un tipo que cree que todo lo que hace es arte, que todo lo que hace es genial y que todo lo que no pudo hacer era aún mucho más genial.

Sin embargo, el documental es fascinante. Odié a Val, pero también disfruté intentar comprender su delirio. Delirio que no es el de Nicolas Cage, que tenía un cráneo de dinosaurio y una tumba pirámide en la casa. El delirio de Val es el de un actor que se cree inmenso, más grande que la vida. Val camina, pero no camina, actúa que está caminando. Se mueve para un lado, hace gestos a la cámara, mueve sus manos, gesticula, entrecierra los ojos, baila… ¡Val, caminá normal, por favor te pido!

Todo es impostado en él, nada parece natural.

Una y otra vez escuchamos frases trilladas. Todo tiene que pasar por su filtro poético. Vamos con un par de ejemplos. “Ahora que me cuesta hablar, quiero contar mi historia”, se presenta. “Si crees mucho en algo, se hace realidad”, explica (puede ser un método de actuación, puede ser la receta de Ivana Nadal, ¿quién sabe?). “El cielo lloró”, recuerda cuando murió su hermano menor. “Mi voz suena mucho peor de lo que me siento”, describe sus días actuales.

Más allá de su figura, la película cuenta con méritos formales que ya de por sí valen su visionado. Construida sobre grabaciones caseras, material de archivo y entrevistas realizadas para la ocasión, el documental cuenta el ascenso, la caída (aunque nunca se asuma) y la redención de un artista. “Me quitó oportunidades que no eran oportunidades para nada”, termina diciendo Val en su momento más honesto para referirse al cáncer.

¿Se puede hacer un documental fascinante sobre alguien insoportable? Sí, se puede. ¿Se puede disfrutar viendo a alguien que detestamos? Sí, se puede. ¿Se puede recomendar Val? Sí, para eso fueron todas estas líneas.

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