Atracción fatal II

Por: Carlos Leyba

Todos los operadores estiman que el dólar para fin de año tendrá un valor menor que el que suponían hace unos meses.

La causa es obvia, el 75 por ciento de los dólares de no residentes que llegan al país se estacionan en el microcentro y se convierten en pesos que van a dormir a Lebacs, que les garantizan el rendimiento en dólares más alto del planeta.

La vieja bicicleta financiera, que se inaugurara en tiempos de J.A. Martínez de Hoz, ha sido superada por lo que podemos llamar hoy la motocicleta financiera. Ritmo y niveles incomparables. Veamos.

El stock de Lebacs emitidas por el BCRA asciende, aproximadamente, al equivalente en pesos de 65 mil millones de dólares (más que las reservas) y el Central paga por esa colocación una tasa de interés en pesos del orden del 29 por ciento.

Una marea de pesos se emite mensualmente para mantener el entusiasmo de los que pedalean que, cada tanto, toman ganancias en dólares simplemente extraordinarias.

El ejemplo cunde y fluyen a estas pampas dólares y dólares, que pugnan por colocarse en pesos para entrar en Lebacs; y pedaleando, pedaleando, retornar a los dólares para hacer la toma de ganancias y dale que va.

Para los excedentes financieros es una colocación segura, líquida y rentable como ninguna otra. Los efectos son deletéreos.

La cotización del dólar en pesos de valor real se atrasa sistemáticamente porque los dólares se agolpan para convertirse en pesos a la espera del retorno extraordinario; la oferta verde cambiaria supera a la demanda.

La tasa de interés al interior de la economía no descansa y alcanzan valores extraordinarios que replican lo que paga el BCRA por las Lebacs y así conforman, de una manera u otra, una presión extraordinaria sobre los costos de todas las actividades.

El dólar cumple así la función de ancla cambiaria para contener transitoriamente la inflación, mientras el BCRA usa la tasa de interés como anzuelo para capturar los pesos que, por distintas vías, financian el déficit fiscal, convencidos de  que la “tasa” amortiguará las presiones inflacionarias.

Los resultados del conjunto de esas políticas son decepcionantes, tanto por el volumen explosivo de la deuda acumulada del Banco Central como por la escasa respuesta en el apaciguamiento del ritmo de inflación y por el ya mencionado atraso cambiario, que está contribuyendo, como una cadena de transmisión, a convertir el enorme déficit fiscal en un creciente déficit de cuenta corriente.

Es que no hay diferencia, más que usando “posverdad”, entre emitir de manera directa o hacerlo por el condenado mecanismo de endeudarse para traer dólares, convertirlos en pesos y absorberlos con Lebac a tasas descomunales. La diferencia está en las consecuencias. El método Federico es igual a más deudas y tipo de cambio lejos del equilibrio de pleno empleo. Tragar no es lo mismo que digerir y tampoco que asimilar descartando lo que no sirve. Economistas atragantados se tornan indigestos.

La política monetaria, después de dos años de intereses agobiantes, ha demostrado su enorme perversidad (Miguel Cuervo dixit) al consagrar el ancla cambiaria que, sin resultados en la inflación, incrementa el déficit comercial e incrementa la deuda externa.

Si a la deuda pública (nacional, provincial y municipal) le sumamos la del BCRA, totalizan ya el equivalente al 9 por ciento del PBI. Ello implica que, entre pesos y moneda dura, cada año hay que financiar, aproximadamente, en la moneda que sea, el equivalente a 45 mil millones de dólares.

Ismael Bermúdez (Clarín, 26/11/17) comenta la información del sitio www.observatoriofiscalfederal.org.ar, cuya síntesis es que el total de la deuda crece al ritmo del equivalente a 1200 dólares por segundo.

Y lo más grave es que la economía –a pesar del impulso que todo déficit público implica– no termina de arrancar. Somos un caso anómalo, porque el gasto público no bombea y la política monetaria no estabiliza. Y usamos las dos al mango.

La política monetaria puede ser eficaz en procesos inflacionarios liderados por los excesos de demanda. Claramente, no es nuestro caso, con capacidad ociosa y desempleo.

Y menos cuando el acomodamiento de precios relativos (eliminación de subsidios) golpea toda la estructura de consumo y de costos y no elimina el déficit que se genera por razones estructurales, que no son otras que la ausencia de inversión en un país cuyo excedente de más de 400 mil millones de dólares duerme fuera del territorio, amparado por la cadena de blanqueos impositivos, que nunca promueven el retorno productivo, que es el problema del excedente fugado. 

Una anécdota menor es que entusiasmados con el progreso de la “industria cambiaria”, los “arbolitos” han sido legalizados por los funcionarios del BCRA.

¿Para ellos es un signo de desarrollo y  progreso de los mercados? Simpático.

Con el insólito nivel de la tasa de interés en pesos para las Lebacs, calculada para contener el ritmo de la inflación nacional, no hay quien pueda imaginar un rendimiento superior en términos reales. Esa inversión financiera, inmediata, de rendimiento máximo, sin riesgos y con liquidez no tiene ninguna inversión alternativa comparable.

Si bien no es la única causa, contribuye sólidamente a demorar –o, lo que es lo mismo, impedir por ahora– la tasa de inversión necesaria para comenzar a curar los males estructurales de la Argentina. Más adelante comentaremos esto. Pero, por ahora, volvamos a la motocicleta financiera, más rápida y más segura que la vieja bicicleta de los tiempos de Joe.

El principio del pedal financiero tipo bicicleta se puede expresar de esta manera: dame una tasa de inflación elevada y congelame el tipo de cambio, poneme tasas de interés grosas y dejame entrar y salir libremente en el mercado cambiario. El principio del pedal financiero tipo motocicleta es lo mismo, nada más que viene garantizado por papeles del BCRA.

La puesta en práctica de estos principios, con el actor principal de riesgo cero que es el BCRA, compone lo que podemos llamar una Atracción Fatal para la economía real. A nadie que le sobren unos pesos le permite escaparse de sus encantos (atracción), aunque (como lo indica la historia) todo siempre ha terminado fatal. Nadie puede escapar de sus encantos. Los efectos, repito, son deletéreos, es decir, tóxicos en el máximo nivel.

Un buen ejemplo de lo que es una “Atracción Fatal” se expone en la película del mismo nombre. ¿Recuerda?

Michael Douglas, casado jefe de familia, pierde los estribos frente a los “encantos” de Glenn Close, y la aventura, supuestamente transitoria,  de fin de semana, se convierte en una pesadilla con final horrible. Una perinola en la que sale “todos pierden” aunque, siempre, la última foto es de final feliz: “superamos la crisis”. Sí. Pero primero atravesamos la fatalidad de la crisis.

El concepto “atracción fatal” para estos casos nace, esencialmente, de una convocatoria programada. No es algo que ocurre y que se impone y nos arrastra. No. Es una estrategia. Una estrategia que ahora se llama “método Federico”, pero que ya ha recorrido un largo camino con efectos devastadores.

Recordemos el primer ejemplo, que ocurrió en la segunda mitad de los 70. Se fijó una cotización del dólar en función de una tablita de ajuste que resultó en ajustes muy inferiores a la tasa de inflación. El tipo de cambio asistía a una revaluación permanente.

El sistema financiero funcionaba con garantía irrestricta de los depósitos por parte del BCRA. Para atraer depósitos, las entidades ofrecían tasas de interés que pretendían colocarse por encima de la tasa de inflación y estas alimentaban las expectativas inflacionarias.

La consecuencia fue la revaluación cambiaria permanente, el incremento descomunal de las importaciones, el desplazamiento de la oferta local de valor agregado (industria) de los bienes transables y el déficit de la cuenta corriente que, junto con el déficit fiscal generado estructuralmente por la falta de inversiones reproductivas, se financiaba con deuda externa, que generaba los dólares que aplastaban el tipo de cambio y permitían el festival de importaciones, popularizado por el turismo con el deme dos.

La atracción que se genera en los inversores es el alto rendimiento en “moneda dura”: la tasa de interés de los pesos reconvertidos a dólares es única en el mundo. La atracción que se genera en los consumidores de mayores ingresos es la obtención de bienes importados de “alta gama” a precios de oferta, se fomenta el turismo hacia el exterior.

Lo fatal es que se genera, hacia adentro, un impacto más negativo cuanto mayor es el valor agregado en los bienes transables, hablando del sector productivo; se genera un déficit estructural de la cuenta corriente del Balance de Pagos; se incrementa la deuda externa.

Pero, como las inversiones reales son desplazadas por las inversiones financieras, el aparato productivo no se expande y, más aún, se retrae y, como consecuencia de ello, no solo se reduce la tasa de empleo, sino que también se contrae la capacidad de generar tributos, por caída en la producción local. Y además se experimenta una presión hacia el mayor gasto público para compensar los problemas sociales que se derivan de la política que genera tantas atracciones … fatales.

Los años de J. A. Martínez  de Hoz, como los de Domingo Cavallo, como los de CFK y como los que se diseñan hasta aquí gozan, en sus primeros momentos, de una anuencia en muchos sectores.

Primero, en el sistema financiero, cuyo peso es extraordinario en la formación de opinión pública; segundo, en los sectores sociales altos y medios, que encuentran baratos y disponibles los bienes de alta gama importados más la posibilidad del turismo, y para sectores medios medios, el turismo de consumo.

Ese es el núcleo de la atracción. Satisface a los sectores excedentarios o con acceso a fuentes de crédito externas y “alegra” el alto perfil de consumo de los sectores altos, medios altos y medios medios. Unos se entusiasman con realidades y otros con aspiraciones a esas realidades que son más o menos vecinas.

Lo vivimos. La economía de la Dictadura, para esos sectores, tuvo una satisfacción innegable, como la tuvo la época fulgurante de la convertibilidad. E, inclusive, durante el proceso de real deterioro de la economía K, Cristina mantenía altos niveles de satisfacción marcados por los mismos rendimientos de colocaciones financieras y lo que hemos sintetizado en el turismo.

Ese es el escenario de la atracción. Lo que dura un fin de semana. Que es lo que imaginaba Michael Douglas.

Pero, detrás de la atracción basada en lo efímero, está la realidad de lo que se destruye y se convierte en la venganza fatal.

La locura de la Dictadura causo rápidamente enormes males. Malvinas fue una tangente infame para zafar del oprobio. Pero la suma de excesos se prorrogó y, por las razones que fuera, el radicalismo, se convirtió en una administración de esa crisis, que explotó en la hiperinflación.

Pero debajo de la explosión y previamente se habían acumulado males de larga duración: el deterioro del capital productivo y la destrucción del capital social que abrió la puerta al aluvión de la pobreza.

La convertibilidad fue una suerte de Malvinas económica. Condenó a la economía a un eterno endeudamiento mientras continuaba el desmantelamiento del aparato productivo. Es cierto, la inflación se derrumbó y el país tuvo años de estabilidad. Estabilidad financiada con deuda externa a tasas crecientes. Cuando llega la Alianza, la fatalidad de esa atracción ya había desembarcado.

Año tras año se deterioraba la capacidad de agregar valor, el equipo de capital reproductivo no alcanzaba para generar empleo ni tampoco equilibro fiscal. La deuda garantizaba el flujo de bienes importados y estos, al mismo tiempo, el déficit de la cuenta  corriente y la estabilidad de los precios de los bienes transables. Siempre en algún lugar se produce más barato.

Siempre atracción temporaria y final fatal.

Que esa dinámica goce de apoyo importante en la opinión pública no es novedad. En las formas, J. A. Martínez de Hoz NO es igual a Cavallo y este no es igual a CFK. Pero en todos esos tiempos el entusiasmo financiero y de los consumidores de nivel  rigió por mucho tiempo y en todos los casos todo terminó mal; hiperinflación, hiperdesocupación o, como ahora, una herencia de crisis latente que el PRO la administra con deuda, retraso cambiario y bienestar financiero.

Sobre estas condiciones macro navegamos. La Dictadura emprendió reformas. Roberto Aleman planteo las tres “D”: desestatización, desregulación, desinflación.

Más allá de compartir o no esas “reformas”, estas naufragaron en el mar que navegábamos, que fue la primera edición local de la Atracción Fatal.

Cavallo puso en marcha suculentas reformas en materia tributaria, fiscal, previsional. Más allá de compartir o no, fueron importantes los traspasos de los servicios a las provincias, el cambio del sistema previsional, etc.

Pero el naufragio ocurrió con él mismo al timón. Lo hundió la bravura del mar que él había agitado. La Atracción Fatal II. Entusiasmo y debacle que culminó en la mayor crisis económica, social y política de los últimos 70 años.

La economía se hundió y entramos en default, la pobreza explotó y la sociedad se quebró con –todavía– un tercio de los argentinos en la pobreza, y los partidos políticos, prácticamente, han desaparecido y han sido sustituidos por “liderazgos” mediáticos.

Lo que sabemos es que todas esas experiencias empezaron igual: entusiasmo financiero y de consumo de alta y mediana gama, que generan soporte político y simpatía mediática.

Las experiencias también terminaron igual: crisis enormes. Y en ambos casos, estallido retardado. Como si se tratara de bombas de efecto retardado. La metáfora de la Atracción Fatal.

La gestión PRO está en la etapa de las reformas. Algunas hacia el interior de la economía, otras en el marco de las relaciones comerciales internacionales. En esta última parte, hay una escala ascendente.

Cavallo hizo cosas en materia de relaciones internacionales, compromisos difíciles de revertir, muy profundas, y también realizó reformas estructurales internas de gran intensidad, entre las que se destacan las privatizaciones y desregulaciones que la Dictadura no pudo realizar a pesar de las tres “D”.

El PRO también aspira a una escala ascendente de reformas. Pero su principal compromiso parece estar en el área de las relaciones internacionales. De concretarse sus objetivos, nada volverá a ser igual. Aunque difícilmente sea mejor.

Pero, ahora también,  esas reformas navegan sobre el mismo mar de atraso cambiario, deuda, cuenta corriente deficitaria, alta tasa de inflación, bajas inversiones, déficit fiscal. El mismo paisaje.

Aunque cada autor lo pinta de diferente modo. El clima de opinión transpira Atracción. Pero los antecedentes de lo vivido nos hablan de lo Fatal. En la fatalidad, para la que las probabilidades no son menores, las reformas y, sobre todo, las de las relaciones internacionales lucen, por ahora, como gestos poco reflexionados y de consecuencias difíciles de revertir.

Como en Atracción Fatal, dan ganas de decirle al actor, en el film Michael Douglas, y en la realidad (la realidad supera a la ficción por las cosas que liquida) Mauricio Macri: reflexioná, preguntá, esperá, puede sonar bien ahora, pero las consecuencias no te las sacás de encima y, además, la liga toda la familia, los santos inocentes. Bueno.

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